lunes, 6 de octubre de 2008

Contaminación en el río Barcés. La Coruña

Central térmica de Meirama y Mina de Limeisa

El río del que bebe la comarca coruñesa mantiene su olor pestilente a lo largo de todo su curso, desde el Rego da Iña hasta el embalse de Cecebre. Sus afluentes recorren la mina de Meirama.

El olfato es el sentido más desarrollado entre los habitantes de la comarca desde que el 9 de septiembre el agua de la traída de Carral empezó a despedir un preocupante olor a humedad o agua estancada. Los técnicos de la Empresa Municipal Aguas de A Coruña (Emalcsa) y de Aguas de Galicia luchan sin gran éxito contra un fenómeno tan inquietante para los consumidores como incómodo para los responsables de velar por la calidad de un producto del que el Ayuntamiento y, sobre todo, el alcalde, Javier Losada, ha insistido en presumir. El también presidente del Consejo de Administración de Emalcsa ha convertido la empresa en el buque insignia empresarial de su mandato; una compañía municipal que gestiona no sólo la red de abastecimiento de media comarca sino también la Casa del Agua y que se hará cargo de la depuración de las aguas residuales del área metropolitana si prosperan las negociaciones que Losada mantiene con la Xunta y el Gobierno central.El mal olor y sabor en el agua de la traída llegó a A Coruña cuando los vecinos de Carral llevaban tres semanas padeciéndolo con discreción. Emalcsa niega que exista relación entre los olores de Carral y los que ya padecen muchos coruñeses y atribuye el mal de la ciudad al mantenimiento del embalse de Cecebre, pero lo cierto es que un recorrido por el cauce del río Barcés -el que da de beber a Carral y ayuda a llenar la presa- demuestra que la diferencia entre el inicio y el final de la red es simplemente una cuestión de intensidades: río arriba el olor no es distinto, es más fuerte.Una de las vertientes del Barcés nace dentro de los límites del concello de Ordes, cerca de Mesón do Vento, y discurre con un trazado confuso y casi caprichoso hasta el municipio de Cerceda. La otra vertiente -la que recibe los vertidos de Sogama- nace cerca de la presa do Outeiral, discurre alrededor de la antigua mina explotada por Lignitos de Meirama (Limeisa) y, a partir de la aldea de A Cabra, se une a la primera para avanzar unido hacia Carral y al embalse de Cecebre.A varios kilómetros del nacimiento original del Barcés arranca el Rego da Iña, en el que Sogama vierte, con todos los parabienes y permisos de la Xunta, sus aguas residuales. El regato cloaca de Sogama no tiene más de un metro de ancho de agua pestilente y turbia. El olor es perceptible desde varios metros de distancia y se extiende por todo el margen del regato. Sobre el lecho del cauce se acumulan residuos limosos, viscosos y partículas de textura similar a las algas de río, aunque de color blanco o marrón, que Sogama cree identificar como "polímeros inocuos". Juan Manuel Castro es el presidente de la asociación de vecinos A Outra Cerceda, que lucha desde hace décadas contra la contaminación de Limeisa.
Vista aerea de la mina Meirama

Castro no duda en hundir sus manos en el limo para levantarlo y dejar a la vista una capa negra, podrida. "Esto es lixiviado puro", opina.El dirigente vecinal es testigo de cómo el olor del Rego da Iña se traslada al resto de la red a través de los múltiples regatos y ríos que dan de beber al Barcés. El olor persiste en su avance y ni su paso por la central de Meirama -donde, según Fenosa, se acumula el caudal del Rego da Iña que la Xunta ha desviado a petición de Emalcsa- ni su tratamiento en la planta de Cañás, ni mucho menos el que se le da en la planta de A Telva sirven para erradicar una pestilencia cuyo origen nadie puede o quiere aclarar. El director de Emalcsa, Jaime Castiñeira, aseguró el martes que en la entrada a la planta de Cañás no olía "absolutamente nada". Pero se comprobó al día siguiente que el hedor persistía.A lo largo de todo su curso el río parece limpio y todavía en algunos puntos deja ver alguna que otra trucha. Los pescadores aseguran que el Barcés hace tiempo que dejó de ser el río que era y que los peces ni son tan numerosos ni tienen el color de antaño. Pero cualquiera con una formación media juzgaría a simple vista que el agua está limpia y que si los peces y los insectos beben de ella, no debe de ser tan mala. Sin embargo, quienes conocen más el Barcés son los más recelosos hacia las instituciones que velan por el cumplimiento de las normas medioambientales. Desconfían de las empresas que publicitan sus iniciativas descontaminantes y luego se cierran en banda en cuanto huele a problema. Y es que el mal olor ha sido la última incidencia y la más llamativa, pero ni de lejos la más grave que sufre el Barcés, que durante 34 años ha soportado estoicamente los embates de la industria pesada. Los vecinos de los valles de As Encrobas -que sufrieron un traumático desalojo previo a la explotación de la mina- y del Barcia han sido testigos del deterioro. Hasta el alcalde de Carral, José Luis Fernández Mouriño, sueña con recuperar la estampa del Barcia que guarda en su memoria de la niñez: un mar verde repleto de cerezos productivos regado por un río al que muchos vecinos de Mesón do Vento, Cerceda y Carral lanzaban sus cañas para intentar llevarse unas truchas a la mesa. El río estaba tan sano que A Coruña decidió a principios de 1900 servirse de él para reforzar su red de distribución de agua, hasta entonces únicamente abastecida por el río Mero. La planta de tratamiento de agua potable de Cañás empezó a funcionar el 1 de enero de 1908 y todavía hoy sigue en marcha, aunque sólo para dar servicio a los vecinos del municipio de Carral. Todo cambió a partir de 1974, cuando de un modo casual se descubrió que Meirama y As Encrobas escondían toneladas de lignito pardo bajo una potente capa de arcilla. Aquel fue el germen de Lignitos del Meirama (Limeisa), que en 1980 empezó a explotar la mina y un año después encendió su central térmica. Los primeros sondeos en busca del mineral marcaron el principio del fin de los valles regados por el ahora maltrecho Barcés y de alguna otra empresa, que murió víctima del progreso de Fenosa. Es el caso de la piscifactoría que hasta hace unos veinte años gestionaba Jesús Gende en Pontelago (Carral). En cuanto comenzaron las prospecciones, su empresa empezó a recibir los vertidos de la mina y uno de ellos acabó con las veinte toneladas de peces que intentaba criar.Jesús Gende recuerda con amargura el mal trago que tuvo que pasar y lo solo que estaba cuando intentaba conseguir que Fenosa compensara sus pérdidas. "El vertido mató mis truchas y todo lo que encontró después y en cuanto nos dimos cuenta llamamos a Aguas para avisar porque aquello podía ser una catástrofe para A Coruña, pero luego, cuando fui a pedirles que me apoyaran en mi reclamación, me dijeron que Fenosa era muy grande", recuerda Gende. Su batalla dio sus frutos muchos años después, tras varias actas notariales y protestas, cuando gracias a la intervención de un gobernador civil socialista, Limeisa se avino a pagar y Gende cerró la empresa para siempre: "Quedé muy quemado, esto es todo una mafia", asegura.Por si el río no tuviera suficiente con Limeisa y tras crear Sogama en 1992, la Xunta autorizó a la planta a verter sus aguas residuales en un regato que hoy vuelve a dar fragancia a Barcés

Noticia: A Coruña/Metro
Autor: Lui Costas
Fotografías: J.C.
Enviada: B.U.C.

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