lunes, 7 de febrero de 2011

Editorial: La fiebre mineralógica.

Una semana más actualizamos el Mineral Digital, hoy lo hacemos con una editorial dedicada a esta enfermedad, pues así la consideramos, denominada “la fiebre mineralogica o mineralera”.

Esta dolencia afecta a personas con rangos de edades muy diferentes, desde los jóvenes noveles que descubren un día el maravilloso mundo de los minerales, hasta adultos de edad avanzada que redescubren su afición infantil cuando ya son mayores. Los síntomas de esta enfermedad son varios, en primer lugar un desasosiego que no les permite conciliar el sueño de continuo, lo cual les hace mantenerse hasta altas horas de la noche consultando fuentes, informaciones, datos, webs, foros y chats en busca de ese mineral o yacimiento que conseguir o que extraer. En segundo lugar un ansia feroz por el intercambio,la compra, la dádiva y la molestia a otros aficionados, En tercer lugar las visitas a yacimientos de donde salen cargados con mochilas, sacos, cajas y todo tipo de envoltorios llenos de absolutamente todo lo que encuentren, careciendo de un criterio selectivo o coleccionistico.

Estos son los síntomas, luego están las secuelas que esta dolencia les produce y que afecta a los que les rodean, la envidia a los demás, a sus logros, a sus colecciones, a sus amistades, la avaricia y codicia sea en eventos o en yacimientos, la hipocresía y la mentira, pues fruto del engaño pretenden conseguir aquello que en realidad es lo único que les importa, la piedra o piedras, sin tener en cuenta a las personas, cuando realmente lo que importa de esta afición son las personas, y las piedras son algo secundario.

Para ilustrar esta editorial me basaré en el ejemplo de un aficionado de Badajoz, alguien que a sus cuarenta y tantos años descubre un día esta afición, una persona que procedía de otra afición, la cual convirtió en negocio, y por lo tanto dejó de interesarle como hobby, Esta persona entró en este mundillo como elefante en cacharrería, dada su inexperiencia se infló a mostrarle al mundo los mil y un truños que extraía de veredas, carreteras, canteras y yacimientos, piezas mal formadas, rotas o de nulo interés coleccionistico y mineralogico. Se le acogió como a otros, disculpando sus errores y pretendiendo educarle el ojo, para que aprendiera a distinguir lo que era válido de lo que no, para que adquiriera una cierta cultura mineralogista, tanto en geología como en cristalografía o en otras areas que influyen en esta afición. A pesar de que sus modos y maneras presagiaban una absoluta carencia de educación, de saber estar y de comprensión hacia sus propios defectos, hubo compañeros que le abrieron sus casas, sus colecciones, los yacimientos que ellos visitaban, y como no, sus conocimientos. Algunos llegaron a acompañarlo a yacimientos por él desconocidos, le ayudaron a extraer minerales, le orientaron acerca de que era lo que estaba cogiendo, e incluso le mostraron geodas celosamente guardadas por sus descubridor y le invitaron a picar en ellas, eso si, bajo promesa de no contarlo y de no volver si no era acompañado por ellos mismos.

Aquí es donde la fiebre ciega a nuestro aficionado, no contento con las casi treinta piezas que se lleva a casa, vuelve días después al mismo yacimiento y prácticamente vacía la totalidad de la geoda, este hecho ha sido corroborado por los vecinos del pueblo anexo al yacimiento, quienes le vieron a él y a su furgoneta. Cuando el muchacho que lo llevó allí, se entera por sus vecinos de que dicho personaje ha estado allí, se presenta en el lugar, para encontrarse con que apenas queda parte del fondo de la geoda, disgustado, extrae él mismo ese fondo y se promete a si mismo que no volverá a salir con esa persona, avisa al tercer compañero de lo ocurrido y ambos se ponen de acuerdo en dar de lado a este personaje, sin más contraprestación que retirarle la palabra, sin publicidad del asunto y sin airearlo. Unos días más tarde, la misma furgoneta y el mismo elemento irrumpen de nuevo en el yacimiento, presto a llevarse el resto de la geoda, cuando vé que ya no queda nada, monta en cólera y llama por telefono a los otros dos, acusandolos de robarle la geoda y las piezas que en ella quedaban, denostandolos e injuriandolos, tanto en dicha conversación como en foros y chats en la red, autoproclamandose descubridor de las piezas y de la geoda, un descubridor engañado por su colegas, esta situación se prolonga en el tiempo sin más eco que las propias voces de este personaje.

Algo más adelante, se entera de que estos aficionados que antes le llevaban de aquí para allá, han estado visitando algún yacimiento interesante, en mi compañía, y en la de otros compañeros, que las piezas extraidas han sido buenas y que la jornada ha resultado un éxito. Algo que la fiebre le impide digerir, pues otra de las secuelas de esta dolencia es el egoísmo, así que vuelta a la carga con sus ataques, vuelta a la difamación, la injuria, y a su propio autoengaño, ya que en el fondo sabe que quien ha actuado malamente ha sido él, pero a base de repetirse a sí mismo una versión edulcorada de la realidad, ha terminado creyendose sus propias mentiras. Fruto de esta campaña de indignidades, ha sido su separación de alguna comunidad mineralogica, también fruto de ello ha resultado el desprecio y la marginación que muchos compañeros le otorgamos, algo que se ha ganado a pulso, tanto por sus indignos actos, como por sus viles palabras.

Se ha aprovechado de la buena gente, y lo seguirá haciendo mientras la buena gente se lo permita, pero llegará un día que quiera salir de yacimientos y se verá solo, o rodeado de otros de su misma calaña, enfebrecidos y codiciosos avarientos como él, estúpidos ignorantes que jamás serán nada bueno en la mineralogía española, solamente los buitres y hienas que se disputen la carroña y las migajas.

¿Existe un antidoto contra este mal? ¿Cómo contrarestar dicha dolencia? Es sencillo para evitar la fiebre existen diferentes píldoras, la pastilla del respeto, la de la humildad, la de la educación, la de la amistad, la del compañerismo, la de la solidaridad y un largo etc… de medicamentos que curan el alma y el cuerpo de quien los ingiere. Para contrarestar la dolencia, una vez adquirida, tenemos el jarabe del agradecimiento, el de la generosidad, el de la sinceridad, y quizás el más importante, el de la disculpa, pues nada ayuda más a apagar la fiebre que saber pedir perdón a quienes perjudicamos, pero claro, para ingerir todo esto, lo fundamental, es ser persona, y no un enfermo.

Texto: Picapiedra

Imagenes: O.Dub y Hernandez.

Composición: Picapiedra

2 comentarios:

Covaciella dijo...

Desde el poco tiempo que llevo en este mundillo, antes sólo era una afición "en soledad", aún me sorprende como se las gastan los coleccionistas de minerales, así, en general, aunque ya tuviera que vérmelas con individuos que son lobos con piel de cordero. De esa experiencia vi que estas personas pueden ser lo uno o lo otro en función de sus amistades o relaciones, mineralógicas en este caso, además de otras cuestiones propias de quien tiene alma de coleccionista.
Dime con quien andas y te diré quien eres, para resumir. Aunque, Pablo, me dirás que no, que el que nace burro muere rebuznando. Puede ser, pero el entorno también influye. Si estás entre buitres, es fácil que termines siendo uno de ellos. Víctima de sus lisonjas, y, claro, por la dinámica que anima los grupos.

En este caso en particular, una vez buscado por la red de quien podría tratarse, mi sorpresa fue mayúscula. No sé lo que pasó, y casi que prefiero no saberlo. Sólo desear que todo fuera un malentendido y que los interesados arreglen sus problemas. Y al aludido, que piense, que recapacite si es menester, y sobretodo, que tenga cuidado de esos que ahora, aprovechando el tema, le adularán: no es gratuito.

Un saludo a todos, menos a los plumíferos carroñeros (ellos ya se reconocerán.

Xevi dijo...

Bueno, supongo, que a todos nos viene alguien a la cabeza que describe a la perfección todo lo que has contado y que al menos yo no sabría describir.
Totalmente de acuerdo con Pablo y Covaciela.

 
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